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Una recepción accidentada. En 1910, la bienvenida a la Infanta de España para el Centenario de la Revolución de mayo no deja de sorprender

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Actualizado el 31 de julio de 2024

Ir a notas de Daniel Balmaceda

La conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo comenzó a organizarse con una anticipación de tres años. Todos los involucrados eran conscientes de la importancia que revestirían las actividades de 1910. En cuanto a los preparativos, la diferencia respecto de otras celebraciones era notable. El presidente José Figueroa Alcorta seguía paso a paso cada detalle, al igual que el intendente municipal, Manuel Güiraldes.

En una fiesta, los preparativos son agotadores, pero el tema de los invitados es crucial. Por supuesto, la cancillería argentina invitó a todo el mundo. Sin embargo, a la mayoría, aquel punto distante en el sur de América le quedaba algo a trasmano y muchísimos presidentes y reyes (por no decir casi todos) agradecieron la participación a la vez que se excusaron por diversos motivos, mas bien de manual. Algunos enviaron embajadores y representantes.

Debe aclararse que para los argentinos había un rango implícito de países. La expectativa se centraba en Inglaterra, pero la comitiva, que ya estaba embarcada rumbo a Buenos Aires —se la esperaba el 20 de mayo—, regresó a casa por un duelo inesperado: la muerte del rey Eduardo VII. Descartados los ingleses, España tomó el lugar de las preferencias. ¿Y quién representaba a esa nación a la que cien años atrás le habíamos hecho la revolución? La Infanta Isabel de Borbón, tía del rey Alfonso XIII, simpáticamente denominada «la Chata» por su nariz algo aplastada.

El 18 de mayo, día de su arribo, el diario La Prensa anunció que cuando el buque ingresara a la Dársena Norte, haría sonar la famosa sirena que tenía en los altos del majestuoso edificio que poseía en Avenida de Mayo y Perú; y también lo haría una vez que la noble dama descendiera en el muelle del centro de la ciudad, ubicado en Alem y Sarmiento. A lo largo del andén, que medía más de doscientos metros, se dispuso una alfombra roja.

La llegada de «la Chata»

En la flota también se mostraban ansiosos, sobre todo en la noche previa. A las nueve se interrumpió la comida que presidía la dignísima señora para anunciarle con alegría: «Su Señoría, hemos recibido un marconigrama de Buenos Aires». Se referían a los mensajes transmitidos hacia alta mar mediante el sistema de telegrafía sin hilos inventado por el italiano Marconi. Los marconigramas fueron uno de los grandes entretenimientos de doña Isabel, al punto de que se manifestaron algunas molestias entre los miembros de la comitiva, ya que la dama dedicaba mucho tiempo a los mensajes y a la suspensión momentánea de las comidas, interrumpidas por cualquier motivo, llámese un mensaje o un delfín haciendo piruetas.

En este caso, el marconigrama saludaba: «¡Salve noble España! Bienvenida seas a la Argentina». Luego explicaba que el mensaje partía del crucero Buenos Aires, que se había adelantado para escoltar al yate real en su ingreso al Plata. El encuentro de las dos naves sería entre las cuatro y cinco de la mañana. La señora resolvió quedarse despierta porque, según manifestó: «Estoy decidida a que no me cuenten nada. Quiero verlo todo».

Recién a las cinco, luego de saludar a la distancia al barco anfitrión, la noble fue a descansar. Pero ordenó que la despertaran en cuanto ingresaran al canal que la depositaría en Puerto Madero. Por lo tanto, apenas durmió tres horas y a las ocho se hallaba de pie, dispuesta a no perderse nada.

La hermana del rey de España visitó la casa que habitó el general Bartolomé Mitre, en la calle San Martín.Archivo

«El día se presentó brumoso y no faltaron presagios de que el tiempo amenguaría el brillo de la fiesta; pero después de las 10, una mañana espléndida, llena de sol, desmintió los augurios pesimistas», informó una crónica.

Varias comunidades fletaron barcos para adelantarse a recibir a la tía del rey en aguas del Plata. El río estaba atestado de embarcaciones. El buque París, rentado por la Sociedad Española, llevaba alrededor de doscientas personas. Se acercaron tanto al barco de la ilustre embajadora, que lo embistieron. Y no sólo chocaron: unos veinte que estaban en las barandas tratando de sostener su privilegiada ubicación en la primera fila se cayeron, ¡pero no al agua sino al barco donde venía la Chata!

Según publicaron diarios españoles y argentinos, la Infanta Isabel se topó con todos esos adelantados y declaró que se complacía en comprobar que «hasta los choques entre embarcaciones argentinas y españolas eran de resultados felices, pues sólo tenían como consecuencia apresurar las expansiones de amistad entre los hijos de una y otra nacionalidad». Y además destacó que estos veinte accidentados «cayeron como llovidos del cielo».

Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas.

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