Big Bang fue el nombre irónico dado por los escépticos a una teoría que se parecía mucho al Génesis, pero que la ciencia confirmó

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La teoría del Big Bang fue llamada así por sus detractores (Imagen Ilustrativa Infobae)

Para descalificar la teoría de Georges Lemaître, el físico inglés Fred Hoyle (1915-2001) se burló en una emisión de la BBC: “Es un big bang”, bromeó, sin imaginar que estaba bautizando la idea con el nombre con el que se la conoce hasta el presente. Hoyle era partidario de otra teoría, la del “estado estacionario”: el universo es eterno y no cambia.

Georges Lemaître, sacerdote jesuita de nacionalidad belga, publicó el artículo “El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica”, en la revista inglesa Nature, en el año 1931. El universo está en expansión, afirmaba, y eso implica que en un momento dado fue mucho más pequeño y, en el origen, hubo un “átomo primitivo” o “primigenio”, que concentraba todo y que, hace 5.000 millones de años, explotó iniciando su dispersión.

La teoría de la relatividad de Albert Einstein fue la que hizo posible el “hallazgo” de Lemaitre, pero aquel inicialmente fue escéptico por las mismas razones que Hoyle: demasiado aroma bíblico.

Sin embargo, en 1933, Einstein y Lemaître se reunieron en California para dictar una serie de conferencias. En esa oportunidad, el sacerdote volvió a explicar su teoría, y esta vez Einstein lo respaldó: “Esta es la explicación más bella y satisfactoria de la Creación que alguna vez he escuchado”.

Albert Einstein y Georges Lemaitre en Pasadena, California, en el año 1932. Lemaitre había publicado en 1931 un artículo con su teoría del «átomo primigenio», más conocida como Big Bang

A finales de 2021 se publicó en Francia un libro que pronto se volvió bestseller con más de 200 mil ejemplares vendidos: “Dios, la ciencia, las pruebas”, de los ingenieros Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies. El libro es resultado de tres años de investigación y de entrevistas con científicos. Los autores sostienen que los grandes hombres de ciencia han tomado el relevo de los filósofos. Los científicos, dicen, se ven tarde o temprano confrontados a las grandes y eternas preguntas sobre el origen del Universo y de la Vida, mientras que la filosofía moderna ha renunciado a la metafísica. Casi podríamos decir que ha renunciado a la búsqueda de la verdad, paradójicamente, su principal razón de ser.

Los autores de Dios, la ciencia, las pruebas (Ed. Tredaniel, octubre de 2021) afirman además que la hipótesis de una superinteligencia o una inteligencia supracósmica ya no resulta descabellada para un número creciente de hombres de ciencia.

Admiradores del matemático Kurt Gödel, Bolloré y Bonnassies creen que todo en el universo es información y lenguaje, un lenguaje que la ciencia, los científicos, logran volver inteligible. No hay caos sino un orden que los hombres han ido descubriendo. “El universo está escrito en lenguaje matemático”, decía Galileo, un lenguaje que los científicos vienen descifrando a lo largo de los siglos.

El libro explica en lenguaje accesible los descubrimientos astronómicos del siglo XX que en opinión de los autores constituyen pruebas de la existencia de una inteligencia superior y de un plan. Durante varios siglos, desde Galileo, “la ciencia demostró que no era necesario un Creador para explicar el Universo”, era el triunfo del materialismo, dijeron en una entrevista.

Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies

Pero el descubrimiento del BigBang y la expansión del universo, teorías que cuestionan la tesis de su inmutabilidad, están revirtiendo esa tendencia: el universo tiene un principio y tendrá un final, dicen Bolloré y Bonnassies. Desde finales del siglo XIX, todos los grandes descubrimientos científicos apunta a la existencia de dos fenómenos esenciales: el universo, compuesto de espacio, tiempo y materia, tuvo un inicio; segundo, todo el universo está regulado de forma “absolutamente específica y fina” como para que pueda existir la vida.

Los descubrimientos a los que aluden son la termodinámica, la mecánica cuántica, la relatividad, el Big Bang, la expansión del universo y la extraordinaria complejidad de la biología. Según los autores, se puede sacar de todo ello dos conclusiones: uno, que el tiempo, el espacio y la materia, que como demostró Einstein están interconectados, ”tuvieron un comienzo y tendrán un final”. Y que ese comienzo fue fruto de una causa externa al universo “que no forma parte de él ni se rige por sus leyes, pues la materia, el tiempo y el espacio solo comenzaron a existir a partir del Big Bang”.

Bolloré y Bonnassies dicen sin embargo que el suyo no es un libro religioso ni sobre Dios; ellos se limitan a exponer las pruebas y las conclusiones corren por cuenta de los lectores. Pero lo cierto, dicen, es que para los científicos es cada vez más difícil eludir la pregunta por la existencia de “un gran matemático”.

La teoría de que, inmediatamente después del Big Bang, en los primeros instantes de existencia del Universo, éste se ajustó con absoluta precisión, y que de haber sido ese ajuste levemente diferente, la aparición de la vida habría sido imposible.

Esta observación fue hecha hace 60 años por Robert Dicke, un físico estadounidense que calculó que si la velocidad de expansión del Universo hubiera sido apenas diferente no existiría nada de los que conocemos. “En otras palabras -dice Olivier Bonnassies en una entrevista-.si cambiáramos los datos iniciales del Universo (las constantes que determinan las leyes de la física y la biología) sólo un poco, el Universo no sería capaz de producir vida compleja. Llamamos a esto el ‘ajuste fino’ del Universo: es un descubrimiento nuevo, indiscutible y fascinante que necesita explicación. Pero ¡no hay muchas! Si rechazamos la idea de que hay una inteligencia ordenadora detrás de todo esto, tenemos que suponer que nuestro Universo es el ganador de una enorme lotería, suponiendo que realmente existe, en algún lugar, un número verdaderamente gigantesco de universos estériles con configuraciones aleatorias: pero ¿dónde están?”

Estas teorías ya habían sido comprendidas por los cristianos, como San Agustín, dicen. Y entre las más de 500 citas de científicos -varios premios Nobel- que contiene el libro en sus casi 600 páginas, está la de Robert Jastrow (1925-2008), astrofísico de la NASA, que dijo: “Para el científico que ha vivido basando su fe en el poder de la razón, la historia termina como un mal sueño. Ha escalado las montañas de la ignorancia; está a punto de conquistar el pico más alto; cuando se sube a la última roca, le recibe un puñado de teólogos que llevan siglos sentados allí”.

También citan a otro astrofísico y cosmólogo, George Smoot, premio Nobel 2006, que señaló: “El acontecimiento más cataclísmico que podamos imaginar, el Big Bang, parece, bien mirado, haber sido finamente orquestado. La energía inicial se transformará y evolucionará, como en un programa, en quarks, luego en átomos, luego en moléculas cada vez más complejas, para producir finalmente ADN, aminoácidos y enzimas que permitirán que la vida se desarrolle y se haga cada vez más compleja”. Y agregó: “Pero toda esta evolución sólo fue posible porque las leyes del Universo estaban muy finamente programadas”.

Imágenes obtenidas por el telescopio espacial James Webb, NIRCam, tal como se veía hace 11 mil millones de años, cuando el universo se acercaba al pico de formación estelar (INAF)

Un capítulo del libro está dedicado a recordar a los científicos alemanes y soviéticos que fueron perseguidos tanto por el régimen nazi como por el estalinista, por sostener la tesis de un principio del universo. “Una tesis insoportable para estas dictaduras materialistas, para las que un Universo eterno e infinito era una necesidad filosófica y científica. Si Hitler y Stalin persiguieron a estos científicos con tanta violencia, fue porque sus tesis contradecían directamente el materialismo oficial de estas dos dictaduras”, dijeron a la revista Causeur.

El libro también rescata el rol del pueblo hebreo, el primero en abandonar la divinización de la naturaleza, renunciar al culto a los ídolos y a los sacrificios humanos. El pueblo hebreo, dicen los autores, posee una biblioteca formada a lo largo de varios siglos: la Biblia, “que contiene una serie de verdades cosmológicas (…) entre ellas el hecho de que el Universo tenía un principio y tendría un fin”.

Hace unos meses, en una conferencia de presentación del libro en México, Bolloré dijo que “la ciencia dio un giro, antes parecía decir que el mundo era explicable sin Dios, pero ahora con estos dos ejes de conclusiones [Big Bang y ajuste fino] a los que ha llegado nos está llevando a la existencia de Dios”.

Los autores creen que está superado el eterno debate que contrapone ciencia a religión. Pero quieren evitar dos tendencias erróneas: “Por un lado, están los fundamentalistas, que, desde una perspectiva religiosa, niegan los descubrimientos científicos y se aferran a creencias fantásticas. Por otro lado, los materialistas, que se niegan a aceptar las implicaciones de esos hallazgos”.

Con este libro, Bolloré y Bonnassies han querido poner a disposición del público en general la implicación de estos conocimientos porque consideran que la gente no es totalmente consciente de lo que representan.

También consideran que el tema del principio del universo y del ajuste fino son dos cuestiones que los ateos no pueden explicar. En palabras del catedrático de Química Orgánica en la Universidad CEU San Pablo, Javier Pérez Castells, “si en el siglo XIX podía tener su dificultad ser creyente, en el siglo XXI lo que es difícil es ser ateo”.

Otro libro, “Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios”, del autor español José Carlos González Hurtado, publicado en febrero de 2024, también busca rebatir la supuesta incompatibilidad de la ciencia y la religión y sostiene que nunca ha habido tantas pruebas científicas de la existencia de un Creador como en las últimas décadas.

González-Hurtado enumera todas esas pruebas, pero afirma que no es un libro de religión, aunque él mismo es un hombre de fe. Pero una cosa es preguntarse por una causa primigenia, un comienzo, una inteligencia supracósmica como dicen Bolloré y Bonnassies, y otra es creer en un Dios personal.

José Carlos González Hurtado, su libro y Francis Collins, director del Proyecto Genoma Humano, que llegó a la fe a través de la ciencia

El autor cita al científico Francis Collins, director del Proyecto Genoma Humano, que decía que el genoma era un lenguaje y detrás de un lenguaje hay una inteligencia. Actualmente Collins integra la Academia Pontificia de las ciencias. “La ciencia me ha llevado a esto”, decía, en referencia a su fe. Escribió un libro en 2007 cuyo título lo dice todo: “¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe”. Collins fue del ateísmo a la fe, a través de la ciencia.

González Hurtado explica que el mito de que la ciencia está en contra de Dios empezó en la Ilustración en Francia, un mito creado por gente que no era científica, como Voltaire o Rousseau.

Entre las pruebas que expone, están las investigaciones de Roger Penrose, Nobel de Física 2020, quien calculó la probabilidad de que existiera un universo antrópico -que permite la vida humana- entre todos los universos posibles y el resultado fue una posibilidad elevada a 10, elevada a 10, y elevada a 123.

Esto recuerda lo sostenido por otro científico jesuita, español, Manuel Carreira, en el sentido de que no puede existir vida extraterrestre, porque la propia física había demostrado que, de haberse producido una mínima modificación de las condiciones iniciales del universo, es decir, en el momento del big bang, la vida humana en la Tierra habría sido imposible. Carreira, fallecido en febrero de 202, se apoyabaa en el físico estadounidense John Weehler (1911-2008), quien desarrolló el llamado principio antrópico: “No es únicamente que el hombre esté adaptado al universo. El universo está adaptado al hombre. ¿Imagina un universo en el cual una u otra de las constantes físicas fundamentales [se alterase] en un pequeño porcentaje? En tal universo el hombre nunca hubiera existido (…). Según este principio (antrópico), en el centro de toda la maquinaria y diseño del mundo subyace un factor dador-de-vida”.

El padre Manuel Carreira, sacerdote jesuita, filósofo y astrónomo, fue asesor de la NASA

La trayectoria del propio George Lemaître es una desmentida a la oposición ciencia y fe. En él, la vocación científica y la religiosa surgieron en su infancia y en simultáneo. A los 9 años le comunicó a su padre que quería ser sacerdote y éste le dio el visto bueno pero le dijo que primero debía estudiar. Así Lemaîte llegó al sacerdocio con una formación en matemáticas, y nunca abandonó la investigación científica ni la fe.

En 1979, el papa Juan Pablo II citó a Lemaître en un discurso de homenaje a Einstein: “¿Podría, acaso, la Iglesia tener necesidad de la ciencia? No; la cruz y el Evangelio le bastan. Pero al cristiano nada humano le es ajeno. ¿Cómo podría desinteresarse la Iglesia de la más noble de las ocupaciones estrictamente humanas, la investigación de la verdad?”

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12 de enero de 202512:004 minutos de lectura'LA NACIONSeguí leyendoConforme a los criterios de