La nueva historia de Marcelo Birmajer: La adaptación

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El ringtone resonó en los oídos de Bastopol como alguno de los adagios célebres de las campanas, el de Hemingway, el original, el que fuera. Con su ex, Lara, habían acordado atender siempre los llamados mutuos -por los hijos en común-, y nunca llamar de no ser imprescindible.

-Norbi quiere suicidarse -exclamó Lara-.

Bastopol se permitó unos segundos de silencio.

-¿Y a mí qué me decís? -replicó finalmente-.

-O matar al director -insistió Lara-.

-No creo que haga ninguna de las dos cosas. Pero al menos por la primera no tendrá que rendir cuentas. En cualquier caso, este no es un llamado imprescindible.

-Lo es -se apresuró a ratificar Lara-. Si Norbi se suicida, o mata al director, el escándalo involucrará a nuestros hijos.

-No podemos protegerlos de todo. Esta es una de esas circunstancias de las que no podremos protegerlos.

-Dice que el director le arruinó la novela.

-¡Pero es el mayor éxito de streaming de lengua española del mes! -subió el tono Bastopol-.

-Norbi está devastado. La serie arruina el corazón del sentido del texto. Son sus palabras.

-Yo no leí la novela -reconoció Bastopol-. Pero si comparo los primeros minutos de la serie, con la contratapa de la novela, me quedo con la serie. Por lo menos la serie cuenta algo. Además, es un éxito monumental.

-Pero Norbi apuesta a la trascendencia.

-No se puede ganar en todo. Se quedó con vos, es un best seller, se adaptan sus novelas. ¿Por qué no se tranquiliza?

-Es un artista.

-Excede mi campo de acción -comentó Bastopol-.

-Vos podés hablar con ese ejecutivo de la plataforma. Tu amigo.

-No es mi amigo. Y jamás lo llamaría por algo así. Además, sólo atiende cuando quiere.

-Le podés decir que dé de baja la serie. En el contrato hay una cláusula de que si por cualquier motivo el contenido de la serie distorsiona más allá de lo razonable la novela, el autor puede pedir su interrupción.

-Y que lo reclame él, entonces -suspiró Bastopol-.

-Dice que esto no se arregla con palabras.

-Tiene razón.

-No podés permitir que se mate. Ni que mate a otra persona. Dependemos de vos.

-Te escucho y no lo puedo creer. Voy a cortar.

-Te pido por favor -suplicó Lara-. Pensá en si llegan nuestros hijos, y esto es un enchastre. O la policía.

-Me los puedo llevar una semana, a Mar de Ajó.

-No quieren ir a Mar de Ajó.

-No tengo otra parte donde llevarlos. ¿Por qué no te los llevás vos? A alguna de sus propiedades. Miami.

-No lo puedo dejar solo en este momento.

-Hagamos lo siguiente. Si se llega a matar, o mata al director, me avisás, y les decimos a los chicos que tienen que venir conmigo a Mar de Ajó.

-No, no. No podemos esperar a último momento. Para vos es sólo un llamado a un ejecutivo.

-Claro, como para el presidente norteamericano es apretar el botón rojo. O subir los aranceles a los productos internacionales. Yo no voy a llamar a nadie.

-¿Es tu venganza?

-¿Mi venganza? ¿Porque me abandonaste y te fuiste con uno más exitoso? No hay venganza. No es el plato que se come frío: es el que ya no querés comer. Si yo supiera vengarme, no me hubieras abandonado.

-Siempre tan trágico.

-Cursi. Trágico es tu Norbi, que se quiere matar. O matar al director. Tranquila: no hará ni una ni otra. Es una pose.

-Compró un arma.

-Para el carnaval.

-Estoy muy asustada.

-Es parte del encanto de lo que elegiste.

-Elegí a un artista.

-Por eso no podés llamar a un simple mortal. Yo no me junto con asesinos. Y con los suicidas no sé cómo ayudar. No se me ocurre ningún argumento razonable para oponerme. No me pondría a mí a atender esos teléfonos. Mi chocolatín Jack de la vida no incluía el muñequito del sentido.

-Te estoy escenificando una catástrofe y vos me respondés con un stand up. No entiendo cómo pudimos estar casados tanto tiempo, tener hijos.

-Yo sí. Me viniste a buscar, me dijiste que te querías casar conmigo, que querías tener hijos. Nunca supe decir que no a una mujer hermosa.

-Pero ahora me estás diciendo que no.

-Excepto que me haya abandonado por otro.

-Lo escucho llegar. Cuando entra así, con pasos pesados, es porque está mal.

-Te propongo lo siguiente. ¿Por qué no dejás que se suicide? Yo te ayudo a limpiar. Si es suicidio, es más fácil contratar a una compañía de higiene doméstica. Heredás. Replanteamos nuestro futuro. Puede dejar una carta especificando que no le gustó la adaptación. Puedo hablar con el ejecutivo, post mortem, para que pasen la carta antes de cada emisión. Pero que al menos la carta esté bien escrita. Será su legado. Que por favor no se parezca a alguna de las chorradas que publicó. Mirá que comprometo mi prestigio pidiéndole al ejecutivo que emita la carta póstuma.

-No tendría que haberte llamado. Lo que sea que pase, la sangre caerá sobre tu cabeza.

-Eso es de Shakespeare. Lo leí hace mucho tiempo. Ya no me acuerdo si me gustó. Tampoco es muy alentador.

Un mes más tarde, Lara había huido con el actor protagónico de la miniserie. Norbi se encontraba en Miami, escribiendo la secuela para el mismo director. El éxito era monumental. Bastopol se enteraba de los derivados en los diarios. Tras el nuevo enroque de Lara, sus hijos se habían hospedado con él, en Buenos Aires.

Bastopol miraba el noticiero en el televisor, un artefacto que para sus hijos resultaba caduco o retro. Pero la chica, de 16 años, pisó sin querer el control remoto y en la pantalla apareció Buenos Muchachos, de Scorsese. Bastopol levantó el control remoto y estaba a punto de apagar, cuando su hijo lo detuvo.

-Esperá, dejá esto.

-¿La conocés?

-Claro.

-¿Cómo?

-La tenés vos, en dvd. La vi varias veces cuando vivíamos acá.

Bastopol sintió un nudo en la garganta.

-¿Y todavía la querés ver?

-Es una obra de arte -dijo León-. Tenía 25 años.

-Una obra de arte -repitió Bastopol en voz baja-. ¿Qué es una obra de arte?

-Algo más importante que el tiempo en el que se hizo -respondió su hija-.

-¿De dónde sacaste esa frase? -preguntó Bastopol con un hilo de voz-.

-Se me acaba de ocurrir -dijo Sofía- Lo pensé por el televisor-.

Bastopol descubrió repentinamente, y se prometió nunca decirlo, que sin haber aplicado la menor deliberación, y por el mero transcurrir del azar, sus hijos lo convertían en ese artista que nunca había pretendido ser.

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