Los Beatles, tal como los conocemos —un emblema de la música a nivel mundial que marcó a más de una generación—, no habrían logrado ese estatus sin su quinto integrante, Brian Epstein. Fue la llegada del mánager de la banda quien impulsó a John Lennon, Paul McCartney y George Harrison a incorporar a Ringo Starr en la batería. Fue también quien instaló sus icónicos vestuarios y terminó de definir el “corte taza” como ese símbolo que tanto los identificó durante años.
Se puede decir que Epstein se convirtió en el piloto de una exitosa nave que comenzó a ver su caída en picada después de aquel triste 27 de agosto de 1967 en el que murió. El mismo McCartney admitió, al poco tiempo, que sin “el quinto Beatle” les faltaba disciplina y que se sentía un poco como estar solos en un campamento de verano tras la partida de un padre.
Brian Epstein estaba a cargo de las tiendas de discos de su familia, en Liverpool, mientras escribía en la revista musical Mersey Beat cuando entró a The Cavern Club un 9 de noviembre de 1961 y quedó deslumbrado por el grupo local que allí se presentaba. Pero, según cuenta la leyenda, y también Pete Shotton, excompañero de los músicos y amigo personal de John, eso no fue lo único que le llamó la atención, sino la rebeldía, “la insolencia, la insensibilidad y la agresividad” de un Lennon de 21 años al que nunca se pudo sacar de la cabeza.
Tal vez por el talento que vio sobre el escenario, o quien dice, por un impulso de amor, ese mismo día se dio cuenta que quería tomar el rol de su mánager, y lo que pasó después es historia. En el documental de Peter Jackson, Get Back (Disney+), se puede ver un fragmento en el que empresario recuerda aquel primer encuentro y admite: “Me impactaron inmediatamente con su música, su ritmo y su sentido del humor en el escenario. Allí fue donde empezó todo”.
Pero su incorporación a The Beatles no fue tan sencilla. Tuvo que ir tras ellos durante semanas para conseguir una primera reunión en la que se cercioró de que no tenían representante y luego terminar de negociar con los padres de casi todos, a excepción de Lennon, porque todavía eran menores de edad. A fines de enero de 1962, ya era parte de la leyenda.
Una vez dentro, entre las primeras decisiones que tomó estuvo el rotundo cambio del estilo rebelde que tenían hasta el momento: los impulsó a dejar atrás los pantalones de jean rotos y las camperas de cuero e incorporar algo que a Epstein le fascinaba, los trajes gris oscuro, un símbolo de la banda que marcó la época. Esa nueva imagen, que se sumó a los cortes de pelo característicos y a una presencia más formal sobre el escenario, fue fundamental para la identidad que forjaba.
Pocos meses después, Brian les conseguiría su primer contrato importante: la firma con Parlophone, un pequeño sello de la compañía discográfica EMI. En ese momento, una de las condiciones que impuso George Martin, su nuevo productor general, fue reemplazar al baterista Pete Best con un cesionista para la grabación de su primer álbum (Please, please me). En ese momento, sin mirar a los ojos a su compañero ni despedirlo como debían (le pidieron a Epstein que lo eche), John Lennon, Paul McCartney y George Harrison se anticiparon y llamaron a Ringo Starr para terminar de conformar la agrupación final que el mundo entero conocería.
Aquel álbum, que grabaron durante 10 horas en los estudios Abbey Road, arrasó con las ventas, superó todas las expectativas y se volvió un número uno, lo que lo convirtió en el puntapié para la conocida “Beatlemanía”, el fenómeno social que generaron los cuatro de Liverpool y que no tuvo ni tiene comparación alguna en el mundo. Después llegó With The Beatles (1963). En 1964 lanzaron A Hard Day’s Night y Beatles For Sale. Un año después, Help! Y Rubber Soul. Y en 1966, Revolver. Todos bajo la supervisión de Brian Epstein. Todos números uno en venta en Gran Bretaña.
Fueron cinco años en los que el proyecto funcionó bien, o al menos eso parecía. Discos, merchandising, giras, entrevistas, fotos por doquier, películas y shows en vivo. Sin embargo, algo sucedió en 1966 y no fue solo lo de Filipinas. Durante su visita al país del sudeste asiático, lugar en el que debían hacer una serie de presentaciones, John, Paul, Ringo y George ofendieron a Imelda Marcos, la esposa del por entonces presidente Ferdinand Marcos, tras ausentarse en una fiesta a la que ella misma los había invitado y que planeaba trasmitir por cadena nacional, lo que significó un verdadero escándalo. Eso hizo que se determinara retirarles la custodia local, lo que facilitó la agitación y los abucheos en su contra.
Su presentación se vivió con la misma tensión. El sonido no colaboró, se escucharon horrible, se notó la falta de ensayo y se retiraron del escenario en medio de silbidos, gritos y una locura desenfrenada. ¿Qué decidieron? No volver a subirse a un escenario, al menos hasta que la tecnología estuviera tan avanzada que les permitiera escucharse de la misma manera en la que lo hacían dentro de un estudio de grabación.
Eso los llevó a trabajar de lleno en sus siguientes dos álbumes para los que no quisieron la ayuda de Brian Epstein, un indicio claro de que las cosas entre la banda y su quinto integrante ya no estaban del todo bien. Pero la presión ya era protagonista de aquel entonces; el empresario tenía en claro que su contrato vencía en unos meses, algo que lo atormentaba. Sin embargo, nadie se esperaba lo que estaba a punto de suceder y mucho menos imaginaban cómo eso iba a cambiar el futuro de todos.
Como era de esperarse, aquella época inundada por el rechazo, el desagradecimiento y la incertidumbre no fue nada fácil para el manager, quien se apoyó en el consumo de ansiolíticos no prescriptos y pudo ver desde un rol de espectador como sus tareas quedaban cada vez más relegadas. Si bien él había comenzado a trabajar con otras bandas, lo que le significaban los cuatro de Liverpool no tenía comparación.
El domingo 27 de agosto de 1967, mientras los Beatles estaban en un retiro espiritual con el Maharishi Mahesh Yog, en Gales, Epstein fue encontrado por una amiga y dos de sus empleados muerto en la habitación de su casa, en Londres. En aquel entonces tenía solamente 32 años.
Aunque en un primer momento se tardó en llamar a la policía y se limpió la casa para alejar cualquier prueba del consumo de sustancias, los estudios posteriores dictaminaron que su fallecimiento se produjo por la ingesta de pastillas de Carbitral, un fuerte barbitúrico, mezcladas con altas dosis de brandy.
Lo que vino después generó todo tipo de especulaciones, principalmente, porque los cuatro músicos no asistieron a su funeral. Según se supo, no fue porque no desearan estar ahí, sino para evitar la acumulación de gente y permitirle a su amigo una despedida tranquila, algo que sintieron que le debían a la familia.
Desde ese día nada volvió a ser lo mismo, según las propias palabras de George Harrison. La muerte del mánager significó el principio del fin para los Beatles, la cual se sumó a otros factores que alimentaron la tensión, la lucha de egos, los conflictos económicos y legales, y las diferencias artísticas irreconciliables.
Brian era quien se encargaba de que el engranaje funcionara. Ayudaba a que las asperezas entre los cuatro músicos no interfirieran en la composición y, a su vez, llevaba adelante las finanzas de Apple Corps (propietaria de Apple Records, entre otras), dos determinantes en el final de los Beatles. En la canción “Carry That Weight”, compuesta por McCartney, quien se puso al hombro en aquella época la administración de la compañía, se puede distinguir el peso que eso significó para él y, de cierta forma, el momento en que, finalmente, los cuatro valoraron el esfuerzo que había hecho Epstein por ellos esos años.
Así llegó el 10 de abril de 1970, día en el que Paul puso en palabras, por medio de un comunicado de prensa, lo que se rumoreaba desde hacía un tiempo, el final de los Beatles: “No tengo planes futuros de grabar o aparecer con The Beatles de nuevo. Ni de escribir más música con John”. A él ya se le habían anticipado puertas para adentro Harrison y Lennon, y se especuló que Starr lo había querido hacer en más de una oportunidad.