Fui con mi hijo Benjamín y mi viejo Horacio al estadio Campeón del Siglo el martes pasado. También con mi amigo Juan Pablo y su hijo Mateo. Nuestro grupo de cancha: un veterano de casi 78, dos padres de 40 y dos pibes de 11 años. Era una nueva aventura racinguista, en este tiempo en que dejamos de ser hinchas de nuestra hinchada y nos ilusionamos con nuestro equipo.
Fuimos porque Uruguay siempre queda cerca, porque es hermoso viajar para ver a tu equipo y porque era posible hacerlo económicamente. Todo cerraba. Pero nunca nos imaginamos que el maltrato en Montevideo iba a ser tan grande y tan extenso.
El Ministerio del Interior de la República Oriental del Uruguay ya había recibido quejas anticipadas por el operativo de seguridad anunciado para el partido de ida entre Peñarol y Racing. El encuentro arrancaba a las 21.30, pero nos obligaban a entrar entre las 15.30 y 17.30 en cápsulas de micros que partían desde el Parque Roosevelt. La dirigencia de Racing había puesto a la venta los boletos para esos micros, aunque al final todas las personas subían, lo hayan comprado o no.
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Amagamos a ir con nuestro auto, pero la Guardia Republicana de Uruguay nos anticipó que no iban a permitirlo. Prohibía acceder a la cancha en autos con patente argentina, transporte público o a pie. Una ridiculez. Pero a esa ridiculez le sumó sobre la hora una mayor: que el público de Racing esperara una hora y media en la tribuna después de terminado el partido. Éramos alrededor de cinco mil personas en la tribuna visitante. Y 35 mil los hinchas de Peñarol. En estos días, nadie pudo argumentar o al menos esbozar una explicación de por qué no dejaban salir primero a la visita. En media hora o 45 minutos podríamos haber evacuado la zona por completo.
La dirigencia de Racing también sabía esto desde hace muchos días. Por impericia o por incapacidad (o por las dos cosas), no pudo detener ni resolver todos los problemas que el sentido común –y algunos años de cancha encima– daban por descontados. No había manera de que eso terminara bien. La Policía uruguaya reprimió ya entrada la madrugada, dejó a la gente cerca de las 3 AM en el Parque Roosevelt, una zona alejadísima del centro de Montevideo y con pocas líneas de colectivos, e hizo todo lo que estaba a su alcance para que nuestro viaje terminara mal. Teníamos motivos suficientes para pudrirla. Pero el comportamiento de la gente de Racing evitó que todo se desmadrara. A veces, muchas veces, la violencia no nace de las tribunas: nace de los escritorios, de los efectivos policiales y de los gobiernos.