Este artículo fue publicado originalmente en la revista impresa Alternativa Socialista en su edición número 860.
El 4 y 5 de septiembre de 1975, ocho militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) -partido antecesor del MST- fueron secuestrados y fusilados por las organizaciones paraestatales Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y CNU (Concentración Nacional Universitaria). El crimen fue uno de los más brutales ataques contra la militancia revolucionaria en la antesala del golpe cívico-militar-eclesiástico de 1976. A medio siglo de aquel horror, el aniversario no solo convoca al homenaje, sino también a una reflexión sobre la moral socialista, la complicidad y la recurrente deriva derechista del Partido Justicialista, y sobre cómo enfrentar a la ultraderecha hoy.
¿Las personalidades múltiples de Perón?
Para abordar el contexto de la Masacre de La Plata, empecemos buceando en las condiciones sociopolíticas que engendraron a los grupos paraestatales y fachos ejecutores.
Treinta años antes de la Masacre de La Plata, Argentina vivía el primer gobierno del General Perón. En esos años hubo roces y contradicciones que dificultaron por un tiempo la penetración plena del imperialismo norteamericano que colonizó América Latina tras la Segunda Guerra Mundial. Perón no impulsó una política revolucionaria, sino un régimen bonapartista que buscó montarse sobre las contradicciones de clase para hacer de árbitro entre el movimiento obrero, los distintos sectores burgueses y el imperialismo. Pero con una burguesía mayoritariamente inclinada a aceptar la penetración yanqui, no le fue suficiente apoyarse en el aparato estatal y en un pequeño sector burgués nativo que le respondía, necesitó del movimiento obrero como gran contrapeso durante una década.
Así lo explicaba el PST en su prensa Avanzada Socialista: “… (Perón) Enfrentaba al imperialismo, pero cediendo ante sus presiones. Apelaba al movimiento obrero, pero lo mantenía en el chaleco de fuerza de la burocracia. Ponía una valla a la entrada de los yanquis, pero también un dique al poder de los trabajadores”1
.
Vino el golpe pro imperialista de la Libertadora en 1955. La respuesta de Perón, que no llamó a resistir, confirmó que el equilibrio conciliador de clases que proponía podía ser elástico por momentos, pero siempre con el movimiento obrero sujetado y en desventaja. Pues, para contrarrestar la presión golpista y derrotar la política yanqui, tendría que haber armado y movilizado al pueblo trabajador, algo que jamás haría.
Tras la salida de Perón, el movimiento obrero y la juventud resistieron la domesticación imperialista y se fue forjando una poderosa vanguardia. La victoria de la Revolución Cubana y la influencia socialista produjo toda una gama de sincretismos que combinaron las posiciones soberanistas con fuerte enraizamiento en la base obrera peronista y la praxis marxista.
Así llegamos a un fenomenal choque entre la cipaya y bruta dictadura de Onganía y la semi insurrección del Cordobazo en 1969. Obreros y estudiantes levantaron barricadas y le dieron el golpe final a ese régimen, abriendo paso a un potenciado período de ascenso obrero y popular.
La burguesía toda -tantos sus exponentes nativos como los claramente pro imperialistas- entran en pavor e impulsan un nuevo y ampliado frente único buscando recuperar el equilibrio perdido. El movimiento de masas argentino acababa de echar por primera vez (no la última) una dictadura. Para recuperar el control sobre la clase trabajadora ya no le bastaban los servicios de los fallidos partidos y burocracias superados por el Cordobazo; era necesario apostar a un liderazgo ya probado: Perón debía regresar al país.
Así sintetizaba el PST los cambios operados: “(…) Perón sube al poder en 1945 como valla frente al avance colonizador de los yanquis. Perón vuelve al poder en 1973 como valla frente al crecimiento de las luchas obreras que estallan desde el Cordobazo. Este gravísimo peligro para todos los patrones -nacionales o extranjeros- los obligó a unirse (…) el frente único burgués para recuperar, frenando al movimiento obrero, la estabilidad perdida en el Cordobazo (…) Con Lanusse o Balbín al frente, esta política no podía tener éxito, porque les faltaba lo fundamental: el apoyo de los trabajadores. Por contar con esa carta decisiva, Perón era el único político patronal que podía llevarla a cabo(…)”.2
Para cerrar esta inestable etapa a favor de la burguesía no solamente era necesaria una dirección política audaz y probada (la de Perón), sino que también fue preciso establecer una separación clara entre la doctrina justicialista y los sincretismos que “mezclaron” durante el ascenso social los planteos soberanos y marxistas. La vieja doctrina basada en las banderas de la justicia social, soberanía política e independencia económica resultaba lógicamente vinculada a la movilización permanente contra el imperialismo y el capitalismo rumbo al poder obrero que planteamos los socialistas. Como se observa, aquello que se presenta como “primer” o “segundo” peronismo, no es la confirmación de existencia de múltiples personalidades en un
mismo dirigente, sino la adecuación de éste a las necesidades burguesas de dos etapas históricas distintas.
Fachos peronistas, católicos y nacionalistas
Como reacción a la pujante vanguardia y a la creciente influencia clasista y socialista, surgen en la década de los 60-70 distintos grupos estudiantiles, intelectuales y sindicales de una derecha radicalizada.
En un principio, no existía en este espectro político uniformidad organizativa ni programática, más bien predominaba la dispersión en grupos desconectados entre sí. La debilidad intelectual manifestada en sus planteos eclécticos buscó ser superada por la acción directa callejera y la búsqueda de una doctrina con fronteras claras contra los planteos marxistas.
En el ámbito universitario, los debates impulsados a raíz del proyecto “laica o libre” en el ́58, y luego a raíz del proyecto del gobierno que buscó limitar las conquistas de la Reforma Universitaria de 1918 -principalmente reduciendo la participación estudiantil en el cogobierno-, generaron las condiciones para la unidad de acción de distintos grupos católicos enemigos
de la laicidad y la libertad de cátedra de las universidades públicas. Ese fue el sustrato para la unificación ultraderechista.3
La Masacre de Ezeiza en manos de la derecha peronista, la expulsión de la Plaza de Mayo, la ilegalización de organizaciones, la censura de diarios, la amenaza que él mismo le realizó en vivo a la periodista Ana Guzzetti, entre otras medidas, confirmaban el nuevo rumbo de Juan Domingo Perón y su gobierno.
Bajo el lema “delenda est marxistica universitas” (“hay que destruir la universidad marxista”), la revista La Hostería Volante dirigida por Carlos Disandro emprendió la tarea de producir el insumo doctrinario católico/ nacionalista / antisemita/ anticomunista para una nueva generación de jóvenes fachos.
El mismo Disandro fue uno de los fundadores de la CNU 4 luego vinculada a la Triple A, que tuvo una corta experiencia en la disputa de ideas para pasar tempranamente al uso de la violencia política con atentados, secuestros y asesinatos.
El Consejo Superior Peronista llama a exterminar la “infiltración marxista”
Con fecha del 1 de octubre de 1973 el Consejo Superior Peronista define la situación política del momento como una guerra, y plantea la necesidad de impulsar una limpieza de la supuesta infiltración marxista en el movimiento justicialista: “El asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci (…) marca el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista (…) que han venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos (…) que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización”.5
El documento brinda directivas precisas sobre el accionar que deberán llevar adelante: “El Movimiento Nacional Justicialista entra en estado de movilización de todos sus elementos humanos y materiales para afrontar esta guerra (…) En todos los distritos se organizará un sistema de inteligencia, al servicio de esta lucha, el que estará vinculado con el organismo central que se creará”.
Asimismo, brinda una idea clara sobre los métodos a utilizar y el carácter paraestatal de su accionar: “Se utilizarán todos los (medios de lucha) que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad (…) La actuación de los compañeros peronistas en los gobiernos nacional o provinciales o municipales, sin perjuicio de sus funciones específicas, deben ajustarse a los propósitos y desenvolvimiento de esta lucha, ya que a ellos compete la principal responsabilidad de resguardar la paz social (…) haciendo actuar todos los elementos de que dispone el Estado para impedir los planes del enemigo y para reprimirlo con todo rigor”.6
Este documento da cuenta de la fusión entre la capa dirigencial del justicialismo, los organismos estatales y la burocracia sindical peronista en la planificación de la persecución y cacería de militantes de izquierda.
Para profundizar sobre este plan debemos incluir el papel de José López Rega y, en ese sentido, cabe citar la obra de Marcelo Larraquy, quien afirmó que por mucho tiempo la demonización y el vacío de información sobre ese personaje era “la coartada ideal para omitir las responsabilidades de Perón, Isabel y el Movimiento Justicialista sobre la represión ilegal”.7
Cabe recordar que el ex policía devenido en mayordomo y secretario de Domingo Perón e Isabel Martínez ascendió a ministro de Bienestar Social durante las presidencias de Cámpora, Lastiri, Domingo Perón e Isabel Martínez. Desde ese cargo, a través del cual contó con un enorme presupuesto para otorgar subsidios y vincularse con el aparato del PJ de las provincias y las burocracias sindicales, financió el periódico derechista El Caudillo y organizó la Triple A.
El ensayo general
La represión en Villa Constitución y la Masacre de La Plata no fueron hechos aislados. Ambas respondieron a una estrategia sistemática del gobierno peronista para eliminar la izquierda revolucionaria. La Triple A, con apoyo de sectores del PJ y la burocracia sindical, actuó como brazo armado para silenciar voces disidentes. En ambos casos, los blancos fueron militantes que encarnaban una moral socialista: solidaridad obrera, independencia política, entre otros.
El Villazo fue una histórica huelga metalúrgica en Villa Constitución que estalló en marzo de ese mismo año. Allí, miles de trabajadores enfrentaron no solo a las patronales de Acindar y Marathon, sino también a la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) nacional, dirigida por Lorenzo Miguel, y al gobierno de Isabel Perón. La seccional local de la UOM había sido
intervenida para frenar el avance de delegados clasistas y combativos.
La UOM no solo boicoteó la huelga: colaboró activamente con bandas paraestatales como la Triple A. Interventores sindicales recorrieron fábricas junto a miembros de la AAA, señalando a delegados como “comunistas” y “enemigos del peronismo”. Esta alianza entre burocracia sindical, aparato estatal y grupos armados fue clave para imponer la militarización de la ciudad y una represión. La actuación estatal y paraestatal durante el Villazo se convirtió en el ensayo general del golpe genocida.
La Masacre
Ya en mayo de 1974, con la Masacre de Pacheco, las amenazas, golpizas, detenciones y voladuras de locales ocuparon cada vez más caracteres en el semanario Avanzada Socialista del PST. Las medidas de preservación, entre ellas el blindaje y la conformación de guardias equipadas en los locales, comenzaron a coexistir con la supuestamente reinante democracia liberal.
En la noche del 4 de septiembre de 1975, cinco militantes del PST se dirigieron a llevar el fondo de lucha recaudado para los obreros de Petroquímica Sudamericana (hoy MAFISSA), quienes habían ocupado la planta en protesta por las condiciones laborales que imponía la familia Curi.
Pero nunca llegaron al lugar ya que fueron interceptados por un grupo paraestatal, que los secuestró, torturó y asesinó. Sus cuerpos fueron encontrados al día siguiente, en el camino a La Balandra, una zona rural costera de Berisso.
Al día siguiente, fueron secuestrados otros tres militantes del PST en las inmediaciones del local partidario, quienes se dirigían hacia el Ministerio de Obras Sanitarias a denunciar lo ocurrido, pero sufrieron el mismo cobarde destino. Todos ellos eran:
- Adriana Zaldúa: Tenía 22 años. Trabajadora del Ministerio de Obras Públicas y estudiante de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
- Hugo Frigerio: Tenía 30 años. Delegado del Ministerio de Obras Públicas. Tenía un hijo.
- Roberto Loscertales: Tenía 31 años. Le decían “El Laucha”. Fue dirigente en el Centro de Estudiantes de Ingeniería de la UNLP y obrero del Astillero Río Santiago.
- Ana María Guzner Lorenzo: Tenía 33 años. Era empleada en el Consejo Profesional de Contadores y bibliotecaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNLP. Militaba en el gremio no-docente universitario ATULP.
- Lidia Agostini: Tenía 25 años. Era odontóloga y trabajaba en un dispensario de la Municipalidad.
- Oscar Lucatti: Tenía 25 años. Nacido en Ensenada. Trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas.
- Carlos Povedano: Tenía 24 años. Conocido como “Dicky”. Era trabajador en la Delegación de Previsión Social de la Nación y estudiante de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNLP.
- Patricia Claverie: Tenía 21 años. Estudiante de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP. Trabajaba en el Senado provincial.
Maldigo sus nombres
En un informe periodístico publicado por Miradas al Sur en 2011 se da a conocer una serie de crímenes de autoría de la Triple A y CNU, y la identidad de los integrantes de la banda asesina:
A los fundadores Carlos Disandro y Néstor Beroch, se sumaban los jefes de grupos de tareas Alejandro Giovenco, Patricio Fernández Rivero, Carlos Ernesto El Indio Castillo y El Sordo Arana. Luego le seguían los numerosos integrantes de la banda, algunos de los cuales mencionaremos a continuación.
Este grupo, al que se le atribuyen más de un centenar de crímenes, establecía conexiones permanentes con la Policía Bonaerense, el Ejército y con el aparato de inteligencia estatal. Restablecida la democracia, fueron premiados y cobijados por el PJ.
Al momento de la denuncia periodística en 2011, Antonio Agustín Tony Jesús y Richard Calvo eran directores en la Legislatura Provincial, ingresados en 1984. Juan José Pipi Pomares tenía un cargo temporario en el bloque del Frente para la Victoria en el Senado Provincial y luego fue pasado a Planta Permanente; en la actualidad, la Justicia Federal busca absolverlo luego de recibir una condena en 2013 por asociación ilícita, en la primera sentencia conseguida por una causa contra la CNU-Triple A. Por su parte, Martín Osvaldo Pucho Sánchez, era abogado y se presentó como candidato a senador por el menemismo en 2003.
Memoria incómoda, justicia cómplice
La enorme mayoría de los integrantes de la CNU-Triple A no fueron juzgados por sus crímenes, murieron en libertad
o continúan libres. Esto ocurre porque el período represivo 1973-1976 genera gran incomodidad en las instituciones de la democracia burguesa, pues toda investigación de este período apunta de frente a la complicidad del gobierno justicialista y su burocracia sindical. De esta manera, la causa judicial por los asesinatos de la Masacre de La Plata fue archivada dos veces. Hoy en día sigue en ese estado por resolución del Juez Federal Ramos Padilla.
La oscilación a derecha del justicialismo
Desde sus orígenes el peronismo ha oscilado entre gestos populares y alianzas conservadoras. Ya en su origen coexistieron las conquistas laborales con la prisión a dirigentes obreros como Cipriano Reyes. En los años 50, Perón reprimía huelgas y perseguía a la izquierda. En los ‘70, su retorno al poder vino acompañado de la creación de la Triple A, con quien articularon grupos fachos peronistas como la CNU. El menemismo los cobijó con indultos a los genocidas y aplicó su agenda con privatizaciones, represión y subordinación al capital financiero y a Washington. El Argentinazo obligó a muchos a reacomodarse, pero pronto ascenderían a Milani, empoderarían a Sergio Massa, Guillermo Moreno y Sergio Berni, encarnando nuevas versiones tecnocráticas, autoritarias y represivas del peronismo, que conserva el aparato del PJ, la mayoría de las gobernaciones y la CGT. El partido burgués del apoyo de los trabajadores se ha vuelto contra estos en sucesivas ocasiones, ¿qué garantiza que no vuelva a hacerlo? Nada, por el contrario, la historia anticipa nuevas y más profundas decepciones para su base popular. Ese partido no es “la única alternativa contra la ultraderecha”, sino una de las
usinas históricas de esta.
Por un mundo socialista volverán
Recordar la Masacre de La Plata desde una perspectiva socialista no es solo un acto de justicia histórica, es una reafirmación de nuestra moral revolucionaria: la independencia política, la lucha contra los traidores de la clase trabajadora, la pelea por la mayor unidad en la base para impulsar la lucha de clases, la construcción de un partido y una internacional revolucionarios para dotar a nuestra clase de una herramienta para la lucha por el poder. Militar por esta perspectiva es la confirmación de que ellos no murieron en vano, dieron su vida por la causa más bella de la humanidad.
Hasta el socialismo siempre.
- “López Rega. El peronismo y la Triple A”. Marcelo Larraquy, 2004.
- “Dijo Perón: ‘No Podemos hablar de liberación’” en Avanzada Socialista N° 92. Febrero de 1974.
- Idem.
- “El nacionalismo juvenil platense y la formación de la Concentración Nacional
Universitaria((CNU) 1960-1971”. Carnaghi, Juan, 2013. - Esta organización tuvo su primera acción pública en 1971 irrumpiendo una asamblea en la
facultad de arquitectura de Mar del Plata, asesinando en esa ocasión a una estudiante de 19
años. - “Documento reservado”. Consejo Superior Peronista, 01 de octubre de 1973.
- Idem.