Marcelo Tinelli atraviesa una de las etapas más difíciles de su vida pública. No se trata de rating en baja ni de proyectos cancelados, sino de algo que toca fibras más profundas: fue denunciado penalmente por la familia de Juan Alberto Badía, el fallecido conductor al que siempre definió como su gran maestro y mentor televisivo.
La contradicción es evidente y golpea fuerte: Tinelli pasó años construyendo su imagen de gratitud hacia Badía, recordándolo en entrevistas, libros y homenajes como la persona que le abrió la puerta en 1983, cuando ingresó como periodista deportivo a “Badía y Compañía”. En la narrativa personal del conductor, Badía aparecía como una referencia central, casi como una figura paterna. Sin embargo, cuatro décadas más tarde, son los propios herederos de Badía quienes lo acusan de incumplir compromisos económicos millonarios.
La denuncia fue presentada por Recordvisión SA, productora de Carlos Ramón Badía, hermano de Juan Alberto. El reclamo apunta a una deuda contraída por servicios técnicos prestados al “Bailando 2023”, cuando Tinelli ya intentaba rearmar su imperio televisivo tras la caída de “ShowMatch” en el prime time de El Trece. Según la familia, la productora de Tinelli, LaFlia, nunca cumplió con los pagos pactados y arrastró meses de atraso hasta el corte definitivo.
El hermano de Badía asegura haber brindado servicios de cámaras, luces, sonido, aire acondicionado y equipamiento general para el programa. El expediente se tramita en el Juzgado Criminal y Correccional N° 16 y en el escrito se detalla que existieron varias negociaciones entre ambas partes. En esos encuentros, Tinelli habría reconocido la deuda y prometido cancelarla, aunque lo cierto es que hasta hoy no se registró ningún pago. El número exacto de lo que reclaman los Badía no trascendió, pero se trataría de varios millones de dólares, más los intereses.
Vale recordar que la propia viuda de Badía, Mariana Pokrassa, ya había puesto en cuestión la imagen de cercanía que Tinelli cultivó públicamente. En 2024 reveló que durante los dos años en que su marido atravesó la enfermedad de cáncer, el conductor apenas lo llamó un par de veces. Ese dato, contundente en su simpleza, contrasta con los homenajes televisivos y las lágrimas en cámara que Tinelli desplegó tras su muerte. Para la familia, la distancia real nunca coincidió con el relato de gratitud y admiración que él levantó durante años.
El gesto adquiere un peso simbólico inusual. No se trata de un proveedor más ni de un sindicato en conflicto: es la familia del hombre que Tinelli reivindicó hasta el hartazgo como su guía. En cada aniversario de la muerte de Badía, lo recordaba con palabras de agradecimiento, llegando a confesar que sin él jamás hubiera existido el fenómeno televisivo que lo llevó a ser el animador más popular de la Argentina. Incluso bautizó el edificio de su histórica productora Ideas del Sur con el nombre de Juan Alberto Badía, como un gesto de agradecimiento. El contraste, ahora, es evidente: el alumno de oro acusado por la familia de su maestro de ser un mal deudor.
Este expediente judicial se suma a una larga serie de conflictos financieros que desde hace años rodean a Tinelli. La lista es extensa: desde actores y bailarines que reclamaron no haber cobrado su participación en el “Bailando”, hasta el gremio SATSAID, que denunció irregularidades en los pagos y suspensiones en LaFlia durante la pandemia.
También pesa todavía en la memoria pública el capítulo de San Lorenzo, uno de los más resonantes de su historial. En 2019 firmó como garante un contrato por US$ 1.100.000 vinculado al pase de los hermanos Pittón. Esa operación derivó en un embargo personal por más de US$ 1.249.000 a pedido de la aseguradora Galeno. Tinelli intimó al club a devolverle el dinero, en medio de una crisis institucional que hizo imposible saldar la deuda. Él insiste en que durante su gestión donó más de US$ 25 millones y financió obras claves, pero la Justicia lo consideró responsable como garante.
Que sea la familia Badía la que hoy lo denuncie no es un detalle menor, sino la síntesis de un recorrido entero. Tinelli construyó su camino en la televisión a partir de Juan Alberto Badía: fue él quien lo recibió cuando recién llegaba de Bolívar, quien le dio aire por primera vez en la pantalla y quien lo legitimó como joven promesa del medio. Durante décadas, el conductor sostuvo ese relato de origen, ubicando a Badía como un faro que explicaba no solo su carrera, sino también su estilo de vínculo con el público. Hoy, en cambio, el apellido Badía vuelve a cruzarse en su vida pero en el peor de los sentidos. Ya no como referente o apoyo, sino como acusación judicial y reclamo económico.
Mientras tanto, Tinelli intenta reinventarse en nuevos formatos. Su apuesta actual es un proyecto de streaming y contenidos digitales con socios jóvenes, con el que busca recuperar terreno en un ecosistema donde ya no es el rey indiscutido. Pero cada relanzamiento aparece condicionado por el mismo telón de fondo: juicios, embargos, deudas y desconfianza.
El contraste entre el recuerdo dorado y la realidad gris no podría ser más fuerte. El Tinelli que alguna vez fue el heredero de Badía, el símbolo de la frescura televisiva de los 90, es hoy un empresario jaqueado por la Justicia y los números en rojo.
La imagen de Tinelli se sostiene en homenajes, pero los tribunales se sostienen en pruebas. Y en esa diferencia se juega su presente: entre lo que dice recordar y lo que efectivamente debe.