La querida actriz murió de un tiro en la cabeza a fines de 1996 en medio de una discusión con su exposo. Su colega y amigo Héctor Fernández Rubio, “Efraín”, la recordó en diálogo con TN y reconstruyó los últimos momentos de la actriz.
“¡Cristina, dejá ese revólver!”, dijeron que se le escuchó decir a Raúl Ortega, el exmarido de la actriz y animadora infantil Cristina Lemercier. Eran casi las 3 de la madrugada del 22 de diciembre de 1996 y el estruendo de una detonación rompió el silencio de la noche en la casa donde ella vivía con sus hijos en San Miguel. Cinco días después, la mujer, tan querida por su personaje en Señorita Maestra, moría en una sala de terapia intensiva con un balazo en la cabeza.
¿Fue un accidente?; ¿la mataron?; ¿se quitó la vida?. Los investigadores y un país entero se debatía entre estas tres hipótesis en medio de la fuerte conmoción que provocó su muerte, sobre todo en el mundo del espectáculo, del cual Lemercier formaba parte desde los 16 años.
La muerte dudosa de la actriz tuvo un primer sospechoso lógico: la última persona que la había visto con vida y único testigo de lo ocurrido. Ortega fue detenido por la Justicia y liberado algunas horas después. La causa ya se inclinaba entonces por una “tentativa de suicidio”, aunque las dudas no fueron tan fáciles de disipar.
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La muerte de Cristina Lemercier se convirtió en un enigma y con el tiempo, incluso, alimentó el mito de una supuesta maldición alrededor de ese clásico de la televisión argentina que tuvo cuatro versiones con diferentes actrices y que a principios de los ‘80, con Lemercier a la cabeza, promediaba los 50 puntos de rating por la pantalla de ATC.
Héctor Fernández Rubio, colega y amigo personal de Lemercier, fue también su compañero en el éxito de Señorita Maestra en la piel de “Efraín”, y la recuerda hoy con el cariño de siempre. “Mi carrera artística es antes y después de Cristina Lemercier”, afirmó a TN, y destacó: “La amo, la amé y la amaré toda la vida”.
Pese a todo lo que se dijo, Fernández Rubio sostiene que la muerte de su amiga se trató de un trágico accidente. Se convenció de ello el mismo día en que velaron sus restos, cuando el exmarido de Cristina, Raúl Ortega, se le sentó enfrente en la sala y mirándolo a los ojos reconstruyó los últimos momentos de la actriz.
La verdad detrás de sus ojos
Lemercier se casó en 1968 con Raúl Ortega, hermano de Palito, quien se había hecho conocido a través de la música en El Club del Clan, bajo el seudónimo de Freddy Tadeo, y fueron padres de tres hijos: Pablo, Paula y Julia.
Durante más de dos décadas el matrimonio tuvo una vida soñada hasta que en 1991, en medio de versiones sobre celos y el supuesto acercamiento de ella a un personaje importante del ambiente político de esa época, llegó la separación.
Ortega ya hacía algunos años que se había alejado del canto y dado un vuelco en su vida al dedicarse por entero a la política. De hecho, al momento de la tragedia, estaba instalado en Costa Rica, donde se desempeñaba como embajador plenipotenciario del gobierno de Carlos Menem. Sin embargo, se mantenía en contacto con ella por la familia que habían formado.
“Cristina lo citó para que pasara las Fiestas con sus hijos y sus nietos”, relató a este medio Fernández Rubio, sobre la razón por la cual estaban juntos en el chalet de San Miguel. “Él me dijo que estaban discutiendo, y como no se ponían de acuerdo, ella sacó el arma y disparó un tiro al aire”, agregó.
Pero la bala no salió. Entonces, ella “se sentó al borde de la cama para revisar el revólver y se ve que justo destrabó algo. Ahí se disparó”. “Una persona que la quieren matar o que se quiere suicidar no se pega un tiro en la frente”, señaló el actor, y explicó: “Porque en la frente tenemos la zona craneana más dura. De hecho, tuvo una agonía de varios días en el sanatorio. Fue terrible”.
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A Cristina le gustaban las armas y sabía manejarlas desde que era chica, al igual que sus hermanas. Le gustaban, pero además la llevaba siempre con ella por razones de seguridad. “Como le gustaban los autos importantes, tenía mucho miedo de andar por la calle”, apuntó su amigo. Esa noche, la suerte le jugó en contra y terminó siendo víctima de su propia obsesión.
“Eso fue lo que él (Ortega) me contó, mirándome a los ojos y llorando. Y yo, llorando, le creí”, sostuvo Fernández Rubio, y reafirmó: “Yo a la persona que me mira a los ojos y no me desvía la mirada, le creo”. La muerte de Cristina había sido un lamentable y trágico accidente.
El éxito y el mito
La fama sorprendió a Cristina Lemercier en plena adolescencia. Tenía 16 años en 1967 cuando le ofrecieron reemplazar a Evangelina Salazar – quien terminó siendo su cuñada -, que en aquel momento encarnaba a Jacinta Pichimahuida, la maestra angelical del exitoso ciclo infantil creado por Abel Santa Cruz.
En 1968, la actriz Silvia Mores tomó la posta de “la maestra que no se olvida” y después, entre 1974 y 1975, fue el turno de María de los Ángeles Medrano. Fue recién en 1982 cuando le llegó a Lemercier la oportunidad de protagonizar Señorita Maestra y su versión, la cuarta, fue la que se convirtió en un éxito de rating que incluyó una década de giras teatrales y dos discos de canciones originales.
Sin embargo, de la mano del suceso también se encadenaron una serie de tragedias que dieron lugar al mito de la maldición. El suicidio dudoso en 1989 de Graciela Cimer, la actriz que dio vida a “Etelvina” en la tercera edición del programa, fue el primero de esos hechos. Cimer murió tras caer del balcón de su casa a los 26 años y en el auge de su carrera.
La muerte de Cristina Lemercier en el ‘96 inevitablemente recordó el trágico desenlace de Cimer y, en junio de 2004, otros dos actores de Señorita Maestra se sumaron a la lista. Julio “Siracusa” Silva y su amigo Fabián “Cirilo” Rodrígues estaban a punto de sacar su primer disco con el grupo que habían formado de cumbia romántica cuando quedaron en medio de un confuso episodio en un maxikiosco de Palermo. El primero terminó muerto y el segundo preso, condenado a cuatro años de prisión.
“Yo iba a ser padrino de su grupo”, lamentó Fernández Rubio, sobre el destino de estos dos jóvenes. “No eran delincuentes”, aseguró el actor, tras lo cual indicó que Silva quedó desafortunadamente involucrado en una trama de la que era totalmente ajeno. “Era un sol de persona, un chico humilde, pero de una honestidad brutal”, aseveró.
El amor y el recuerdo
Sobre el cierre de la charla con TN, el actor que inmortalizó el personaje del entrañable portero de la escuela y su frase “Hala, hala, hala… blancas palomitas”, reconoce que hablar de todo lo que ocurrió después de la finalización del ciclo lo “vuelve a llevar al pasado de una manera dolorosa”.
No obstante, se niega a vincular Señorita Maestra con la tragedia o el mito. “¿Qué tragedia?”, preguntó retóricamente. Y subrayó: “Nunca hubo otro programa que tuviera tanto amor de devolución del público como este”.
En cambio, sí asocia el éxito que tuvo y el reconocimiento que todavía hoy él mismo recibe en la calle después de tantos años, directamente con la luz que tenía Lemercier. “Ella fue un ser humano hermoso, hacía cosas para niños y las hacía desde el amor más infinito”, dijo a TN Fernández Rubio, y concluyó: “Alguien capaz de dejar tanto, no fue un personaje más”.