Llueve apocalípticamente. Las gotas, gruesas, se hunden haciendo espesa la arcilla que recubre una calle sin pavimentar de Solano, al límite con Claypole. En la esquina, tres tipos bajo un toldo de aluminio e iluminados por la luz intermitente de un tubo fluorescente, matean, fuman, comen bolas de fraile y juegan al truco, sentados en reposeras alrededor de una mesita ratona. De fondo, una cumbia suave. Suena Gilda. Paisaje. “Muchachos, buen día: ¿el kiosco de la familia Sanabria?”, pregunto. “Tres casas para allá, hombre”, indican. Luego de algunas palmadas para reportar nuestra llegada, María sale con mate en mano y repasador en brazo. “Los estábamos esperando. Nos encontramos preparando el almuerzo para cuando llegue Marito. Pasen”.
Detrás del kiosco familiar -un negocio que emprendieron para servirle a la gente del barrio- la casa familiar aguarda el regreso del jugador de Primera tras el entrenamiento. Alrededor de la mesa, cada integrante asume un rol en la preparación del almuerzo. En ese escenario, se disponen a contar su historia, viendo en cada dificultad del pasado una enseñanza que los moldeó en quienes son ahora, en esta realidad que pueden disfrutar gracias al presente futbolístico que, a sus 22 años, Mario Sanabria disfruta en la máxima categoría de Riestra.
Mario junto con sus padres, María y Pato. Foto: Luciano Thieberger.
Mientras reboza la carne con huevo y pan rallado, el Pato, padre de Mario, recuerda aquellos años en los que trabajaba como cartonero para que a sus hijos no les faltara nada. “Fueron más de 20 años cartoneando. Trabajaba de lunes a lunes, salía a las cuatro de la tarde y volvía a las cinco de la mañana. Con los muchachos, nos tomábamos el tren cartonero que nos dejaba en Constitución, y de ahí caminábamos: cartoneaba por Parque Chacabuco, Avenida Directorio, Chacarita, Parque Patricios. Caminaba más de 10km por noche”.
Con el orgullo que le despierta recordar el esfuerzo de su padre, Nicolás, el hermano mayor de Mario, relata la inseguridad a la que se enfrentaban en cada recorrido nocturno. “Yo era chico, pero me gustaba acompañarlo. Igual en el ambiente de la noche siempre hay que tener cuidado. Ponele, hay algunos pibes que vivían acá en el barrio, yo los conocía y eran buenos, pero cuando iban a acompañar a sus padres a cartonear en Capital, la bardeaban y terminaban robando las cubiertas de los coches. Eso no me gustaba y, también, hizo que mi papá no nos llevara mucho”.
María escucha de lejos y, sin detenerse en sus quehaceres, intervino: “Yo acompañé varias veces a Pato y cartoneamos juntos, tampoco me gustaba ver a los chiquitos robando o haciendo cosas malas. Como ya venía mal, con depresión por todo lo que pasé en la vida, no me hacía bien ver esas imágenes y Pato me dijo que me quedara”.
Pato y María, padres de Mario. Foto: Luciano Thieberger.
La vida de la madre de Mario Sanabria tampoco fue fácil. Nunca conoció a su papá y su madre la abandonó a los siete años, dejándola sola, en la calle. A los ocho, tuvo que comenzar a trabajar para poder tener para comer. Su primer empleo fue cuidando a personas mayores. “Nunca tuve la oportunidad de estudiar, por eso no sé leer ni escribir. Sé que nunca es tarde para aprender, pero todavía no lo hice…”. De grande, relata, sufrió violencia de género: “Antes tenía una pareja con la que la pasé mal. Sufrí violencia física y mental. La he pasado mal, pero luego conocí a Pato, que es el amor de mi vida”. Con esa historia a cuestas y los problemas económicos, Mary tuvo que atravesar muchas dificultades hasta llegar a un presente en el que la carrera futbolística de su hijo Mario le brinda tranquilidad.
En medio de esta realidad de limitaciones, Mario fue forjando su carrera como futbolista. “Cuando era chico y jugaba en las Inferiores de Quilmes, había días en los que con Pato cenábamos mate con pan para poder dejarles a los chicos un plato de sopa. Siempre lucho cada día para que mis hijos tengan todo lo que a mí me faltó. El amor que no tuve de mi madre se lo doy a ellos”, cuenta Mary, entre lágrimas.
La familia de Mario Sanabria, jugador de Deportivo Riestra. Foto: Luciano Thieberger.
Desde lejos, una cumbia comienza a sonar, entrelazada con el rugido de un motor que irrumpe y quiebra la calma. Mario aparece con un mate grande bajo el brazo —de esos robustos, con cuerpo de futbolista— y su llegada marca un nuevo ritmo en la reunión. La familia da los toques finales al almuerzo, dispuesta a continuar la conversación en el ambiente cálido que se respira alrededor de la mesa. “Veo que hubo charla intensa”, dice al notar la docena de facturas dispersas por la mesa. Sin demora, se suma a los recuerdos, evocando aquellas noches que salió a cartonear con su padre, que, según cuenta, lo forjaron como persona.
-¿En cuántas noches acompañaste a tu viejo en el recorrido cartonero?
-Varias. Siempre que mi viejo me dejaba, lo acompañaba. Con mi hermano tirábamos el carrito con mi viejo, lo ayudábamos. Tirar el carrito para llevar un plato de comida a casa es un lindo recuerdo.
-¿Y, siendo pibito, qué te generaba andar en ese ambiente?
-Me gustaba, claro que sí. Y lo disfrutaba porque aprendías un montón de cosas sobre la vida y la calle. Es más, cuando era chiquito y todavía no lo acompañaba a tirar el carro, esperaba a que mi viejo llegara con el carrito cargado para ver si encontraba algún juguete, ja.
Mario Sanabria junto con sus padres. Foto: Luciano Thieberger
-¿Qué te enseñó eso?
-Cartonear me enseñó los valores de la vida. Hoy cuando voy a un hotel cinco estrellas a concentrar disfruto del agua caliente, por ejemplo. Antes teníamos que esperar que se bañara uno u el otro. Ahora no sufro el frío y todos estamos en familia. Así sea multimillonario, los que siempre van a estar será mi familia.
En el fútbol, como en la vida, Marito empezó desde abajo, luchándola con esfuerzo. Tras destacarse en clubes de barrio, encontró su lugar en Quilmes: “A él le ofrecieron estar en la pensión para que pudiera tener las cuatro comidas del día”, recordó su madre. En la Reserva del Cervecero se lució: fue el goleador en 2021 y, al año siguiente, con 20 años, fue promovido a Primera y firmó su primer contrato profesional. Disputó 39 partidos y marcó 2 goles en el club, un desempeño que le abrió las puertas al exterior. En los primeros meses de 2024 jugó en Aucas de Ecuador y, a sus 22 años, le llegó la gran oportunidad: sumarse a la Primera de Riestra.
Mario Sanabria en Quilmes.
Mario Sanabria, actual jugador de Riestra.
-¿Qué fue lo que te llevó a ser el jugador que sos?
-Creo que hay dos factores determinantes: el apoyo de mi familia y que nunca entré en las malas. Acá en el barrio me tocó pasar de todo. Si yo hubiera querido robar o drogarme, podía haber accedido a eso fácilmente. Pero por suerte tengo los valores que me inculcaron mis viejos.
-Tu momento le dio tranquilidad a la familia: ¿cómo se siente eso?
-Es muy satisfactorio. La hemos pasado, la sufrimos. Sabemos lo que significa todo eso. No estamos sobrados pero podemos disfrutar y estar más tranquilos.
Mario Sanabria, jugador de Deportivo Riestra. Foto: Luciano Thieberger.
-Y tu viejo no volvió a cartonear…
-No, igual hay que cagarlo a pedos porque no hace caso y se va a cartonear igual, ja. Es la costumbre de tantos años, ja.
Se pone de pie, camina bordeando la mesa y señala con orgullo el rincón donde descansan unas ollas nuevas: “Ahora compramos estas ollas con el proyecto de hacer un comedor en casa. Mamá va a cocinar para los pibes del barrio”. Ríen, se abrazan, celebran en familia. María se emociona. Llora. Marito la abraza, como cuando de chico volvía de entrenar y encontraba en su mirada la fuerza para seguir. “Todo lo que somos —dice él— viene de no rendirnos nunca”. Afuera, la lluvia empieza a aflojar. Y adentro, mientras empiezan a servir las milanesas “más ricas del mundo”, según Marito, entre aromas de hogar y sueños cumplidos, se siente que el verdadero triunfo no está en llegar, sino en todo lo que se dejó en la cancha para hacerlo posible.
Mario Sanabria, jugador de Deportivo Riestra. Foto: Luciano Thieberger.
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