viernes, 26 julio, 2024
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Bahía Bustamante, un viaje a la Patagonia remota donde hay un paraíso al sur del sur

Se trata de una estancia patagónica con diversidad de aves y mamíferos marinos que forma parte del Parque Nacional “Patagonia Austral” y de la Reserva de la Biósfera de la UNESCO Patagonia Azul. Es un santuario natural, pleno de fauna.

Valeria Schapira

Bahía Bustamante, un viaje a la Patagonia remota donde hay un paraíso al sur del sur

Bahía Bustamante es un proyecto familiar, un eco lodge al que algunos medios extranjeros han dado en llamar “la Galápagos argentina”.

Cuando no soporto más la jungla citadina, trato de huir a lugares de naturaleza. Si son en la Patagonia o más al sur, mejor aún. Decidí escapar al filo del cierre de su temporada a Bahía Bustamante, un paraíso al sur del sur.

Había leído sobre el lugar y sabía que la travesía iba a ser larga. Decidí encararla, quizás para compensar una de mis frustraciones históricas: no haber logrado actuar en ninguna de las películas de Carlos Sorín. Así que esta vez me sentí en parte, protagonista de Historias Mínimas.

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La travesía

Tomé un vuelo hasta Comodoro Rivadavia en medio del temporal de mediados de marzo. Tuvimos la suerte de despegar, aun con un par de horas de retraso. Aeroparque estaba complicado. Después de un descanso reparador en Comodoro, tomé un colectivo de larga distancia hasta la localidad de Garayalde, a mitad de camino entre Comodoro Rivadavia y Trelew por ruta 3. Unos 150 kilómetros y otras dos horas y tanto de travesía. Pensé que iba a entretenerme con el paisaje, pero solo me entretuve con el mate. La estepa patagónica puede ser monótona si no irrumpe la fauna. Y los animales huyen de los autos así que saquen ustedes sus propias conclusiones.

Bahía Bustamante es el nombre de la bahía, en la profundidad chubutense de la llamada Patagonia Austral (imagen Valeria Schapira).

Bahía Bustamante es el nombre de la bahía, en la profundidad chubutense de la llamada Patagonia Austral (imagen Valeria Schapira).

Llegada a Garayalde compré un café en la estación de servicio, que oficia de terminal de ómnibus y punto de encuentro. Un insert: si viajan en auto particular carguen nafta siempre. Sobran historias de aventureros que, por especular con el tanque de reserva, quedaron a la vera de la ruta o de algún camino de ripio, esperando el rescate.

En Garayalde, me buscaron en un vehículo de la estancia para recorrer un tramo más de unos 60 kilómetros, la mayoría de ellos de ripio. La travesía valió la alegría. Llegué justo al atardecer, uno de los más bellos que he visto en mis recorridos por el mundo. Esa noche dormí con cansancio y ganas. En Bahía Bustamante, no hay interferencias ni radiaciones. El alojamiento solo tiene WiFi en las áreas comunes así que la serenata nocturna es el viento de la estepa y el arrullo del mar. Nunca soñé tanto y tan vívido como las tres noches que pasé en la bahía.

Bahía Bustamante

Bahía Bustamante es el nombre de la bahía, en la profundidad chubutense de la llamada Patagonia Austral. Se trata de una Estancia patagónica con diversidad de aves y mamíferos marinos que forma parte del Parque Nacional “Patagonia Austral” y de la Reserva de la Biósfera de la UNESCO Patagonia Azul. Es un santuario natural, pleno de fauna y un sitio AICA (área de importancia para la conservación de aves).

La estepa patagónica puede ser monótona si no irrumpe la fauna (Imagen Valeria Schapira)

La estepa patagónica puede ser monótona si no irrumpe la fauna (Imagen Valeria Schapira)

Bahía Bustamante es un proyecto familiar, un eco lodge al que algunos medios extranjeros han dado en llamar “la Galápagos argentina”.

De bahía podrida a campamento alguero

Se trata de un lugar con mucha historia. A mediados del siglo pasado, al empresario andaluz Lorenzo Soriano le hablaron de “la bahía podrida” y allí encontró algas a montones y, en ellas, agar agar, muy utilizado en la industria alimentaria. Lo de podrida, claro, por el olor de las algas.

Soriano fabricaba por entonces un fijador capilar y andaba buscando con qué sustituir a la goma arábiga. Las algas le permitieron cambiar el rumbo de su negocio, exportar a países como Japón y crear un campamento en el que vivieron más de 500 personas. Se conservan aún los edificios de la capilla, la escuela, la comisaría y los edificios de los solteros entre otros, todos funcionales actualmente al lodge de naturaleza y fuerte impronta conservacionista que regentean los descendientes del pionero.

El viento es rey. En definitiva, decide qué puede hacerse (imagen Valeria Schapira).

El viento es rey. En definitiva, decide qué puede hacerse (imagen Valeria Schapira).

Las gracilarias -algas rojas con las que se produce el agar- llegaban en cantidades industriales, arrastradas por la corriente oceánica. Se recolectaban y secaban para luego enviarlas a Gaiman y desde allí a distintos lugares del mundo. La extracción alguera se frenó en los años 80 por derrames de petróleo entre otras cuestiones.

Hoy el lugar sigue en manos de la familia Soriano. Matías Soriano y Astrid, su mujer, viven allí y se encargan de transmitir el legado.

Conservación en la Patagonia remota

El lugar tiene sus propias reglas y apuntan a preservar el ecosistema. Hay recomendaciones especiales para los pocos automovilistas que pueden acceder a la bahía. Más de la mitad del agua caliente y la mayor parte de la electricidad son generadas a través de energía solar. La luz se corta antes de la medianoche y solo queda el generador, por alguna urgencia. El agua es de manantial y el plástico es mala palabra.

El lodge tiene capacidad limitada para preservar el equilibrio natural y colaboran con biólogos y científicos nacionales y extranjeros en la investigación de fauna y biodiversidad. En el lugar también hay un centro de interpretación.

Qué hacer en la bahía

El viento es rey. En definitiva, decide qué puede hacerse y qué quedará para la próxima. Lo viví en carne propia porque me quedé con ganas de navegar. A los afortunados que pueden embarcar, los esperan apostaderos de lobos marinos, pingüinos de Magallanes y colonias de aves marinas en las islas del archipiélago Vernacci.

La península es fascinante: hay playas de arena blanca, aguas cristalinas y piletones naturales en la roca que en verano funcionan como mágicas piscinas. La biodiversidad es impresionante: hay cormoranes, gaviotas, petreles y albatros. A sólo quince minutos del lodge, hay una colonia de pingüinos de Magallanes. Es hermoso verlos en sus nidos o simplemente siendo. Aquí no los molesta nadie.

A 30 kilómetros del otrora campamento alguero se encuentra el bosque petrificado, un desierto patagónico lleno de troncos fosilizados durante millones de años. Se llega en 4×4 y haciendo trekking hasta donde el viento permita.

Para quien ande con tiempo y ganas de un recorrido más largo, existe un cañadón con paredes de la era Mesozoica y varias otras maravillas de la Patagonia Austral.

El recorrido histórico es imprescindible pues permite entender el porqué del desarrollo del lugar, el sueño del pionero y los vericuetos de la vida en esas latitudes. Durante la visita guiada, también pueden apreciarse las antiguas construcciones y conocer la huerta orgánica que provee al restaurante y en la que participan voluntarios de todo el mundo. Hay viñedos vecinos al mar y se recolecta sal marina y salicornia, una planta carnosa también conocida como espárrago de mar. La utilizan en el restaurante y proveen a los mejores cocineros de la Argentina.

El recorrido histórico es imprescindible pues permite entender el porqué del desarrollo del lugar (imagen Valeria Schapira).

El recorrido histórico es imprescindible pues permite entender el porqué del desarrollo del lugar (imagen Valeria Schapira).

En Bahía Bustamante, se bajan mil cambios en un segundo. No hay TV ni ruido. Eso sí, hay miles de aves, ovejas, guanacos y choiques. No queda otra que hablar con uno mismo.

Volver al caos

Tres días en la bahía me resultaron algo escasos. La travesía es larga y amerita quedarse un par de días más para paladear la inmensidad.

En una camioneta de la estancia, me acercaron a la estación de servicio de Garayalde para abordar mi colectivo rumbo a Comodoro Rivadavia. Llegamos apenas minutos antes del horario de partida. Temí haber perdido el transporte, pero no. Llegó una hora después, a ritmo cansino. Así es la Patagonia y quien pretenda llevarle la contra a su ritmo, está frito.

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Quedará para la próxima el tour por la ciudad de Comodoro Rivadavia y sus alrededores. El tiempo solo alcanzó para almorzar, descansar un ratito en el hermoso hotel que hay a dos cuadras de la terminal y partir rumbo al aeropuerto. El vuelo me dejó en Ezeiza y, cuando llegué a casa a la medianoche, tomé conciencia que el periplo me había insumido el mismo tiempo que un viaje a Europa. Eso sí, si me dan a elegir, volvería a hacerlo. Por algo vienen de los sitios más remotos del mundo a conocer estos lugares prístinos que los propios locales muchas veces desconocen.

Esa noche dormí con el ruido de la ciudad. Ya no soñé como en la bahía.

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